domingo, 12 de julio de 2009

3. La chica de la mirada

No sé como lo hace, pero siempre lo consigue, cuando alza la cabeza y mira al infinito, clavando en algo perdido en el horizonte con sus ojos verdes y esa sonrisa dibujada en el rostro… en ese momento todo desaparece. Incluso yo mismo desaparezco, me siento un simple observador, un mirón con un telescopio apuntado a la azotea. Es irreal.


Quisiera parar el tiempo y que nos quedáramos inmóviles, ella arriba, allí, sentada y con su mirada perdida y yo algo más abajo, contemplándola como si fuera un ser místico, místico y sagrado. Cuando pone esa expresión únicamente puedo escuchar mi propio corazón que parece detenerse poco a poco.


La primera vez que la vi me juró que odiaba su sonrisa, que odiaba sonreír, logré que cambiara de opinión a base de hacer el tonto para que riera. Fue una suerte que lograra convencerla para que sonriera y lograr que fueran pocas las veces que dejara de hacerlo.


La última vez que la vi sonreír su sonrisa era sincera, pero débil, una pequeña pero hermosa mueca. No hacía tonterías aunque si buscaba la forma de hacerme sonreír. Lo consiguió.


Toda tienda de fotos que se precie tiene una serie de retratos en vitrinas. En la nuestra también se encuentra esa sección. En una vitrina, disimuladamente en el centro se encuentra un retrato. En él se ve a una chica de pelo y ojos claros casi de perfil. Mira al horizonte, con la vista segura pero perdida. Sonríe.


La historia del principio no es un cuento inventado, ni dedicado a una foto, esta dedicado a un ser de carne y hueso. Ella no llegó a ver la tienda abierta. Ni supo que existía, ni que era un proyecto. Todo lo suyo fue muy anterior a este relato. Todo lo del relato es muy posterior a ella.


La chica de la mirada murió poco después de cumplir los 19. No llegó a disfrutar por completo de la vida. Sus años felices me los entregó libremente y yo fui feliz con ella mientras lo nuestro duró. Luego ocurrió lo que suele ocurrir en estos casos. Me hundí, me deprimí, me aislé… encontré una de sus cartas, la escribió antes de morir. Me pedía algo…


Puede que haya pasado mucho tiempo desde eso, pero por fin he podido hacer su último deseo realidad y si alguna vez dudo, tengo su retrato, mirando al horizonte, al futuro, sin miedo, sin dudas. Como ella lo hacía, como ella quería.


- ¿Aún la echas de menos? – me pregunta en alguna ocasión Marta cuando me pilla al abrir o cerrar la tienda mirando su foto.


- No. - contesto serio y seguro.


Ya no lo hago. El pasado lo recordamos, pero no vivimos en él. Por eso sigo adelanto, aunque tenga su foto. Porque solo esta para recordarme porque me levanto cada mañana. Para vivir.

3 comentarios:

  1. Y ella consiguio superar su fobia a las sonrisas.
    Y seguro que , donde este, le sigue sonriendo.
    Me encanto.

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  2. Quizás algún día sí aparezca alguien a quien echar de menos. Ojalá si ese alguien llega no debas sentir nunca eso.
    Un beso MUYGRANDE :)

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  3. eeeeeeeee, es mejor no extrañar a nadie...

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