jueves, 7 de mayo de 2009

Rebobinando

Allí estaba ella otra vez. Se agarraba como una especie de animal, mezcla de gato y simio, al marco de aquelle puerta. ¿Cuantas puertas, cuantas habitaciones, en cuantas ocasiones había estado así? Era mala con los números, pero tenía buena memoria, vía las caras, veía las puertas, veía su postura. Parecía que se aomaba tímidamente, que alzaba el pie para rascarse la otra pierna. Parpadeaba, sonreía. Una sveces entraba, otras se iba. Otras esperaba que al morderse el labio el chico en cuestión sintiera deseo y se lenzara a por ella. Pero ahora él ni la miraba. Estaba tumbado con los ojos cerrados. La frustraba hasta decir basta, hasta la saciedad, por completo, de tal manera que quería morderse más fuerte el labio hasta sangrar, hasta gritar, hasta que él se levantara preocupado y la mirara. Fuera junto a ella, preguntara, se preocupara. Pero era un sueño vacío, una ilusión. Imposible. Apretaba los ojos con fuerza y deseaba retroceder. Rebobinar hasta esa tarde. Hasta la lluvia, hasta ese momento, ese lugar, esos gestos. Queri estar debajo del paraguas, mirar esa cara, esos ojos, esa sonrisa y no hacer nada. No quería corresponder, no podía, ya sabía y no podía. Deseaba estar ante esa imagen, esa situación y dejarla pasar. Aplastarla, desgarrarla, destrozarla hasta que desapareciera. Volvió ha abrir los ojos y miró de nuevo. alzó la vista al techo, resopló, dio un taconazo contra el suelo. Apretó los dientes por el dolor y recorrió el espacio que los separaba, prácticamente saltó a la cama y lo abrazó con fuerza. Besó su mejilla y cerró los ojos. Laura tradó unos instantes en dormirse, mientras sus pensamientos se deshacian. Cristian, con los ojos aún cerrados, pasó la noche en vela. No era la primera vez que los sueños no acudían a su cabeza.

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